Arte funerario

Tumba de Philippe Pot, gobernador de Borgoña bajo el reinado de Luis XI de Francia.
Tumba coreana en montículo del rey Sejong el Grande, d. 1450
Tumba (Türbe) de Roxelana (d. 1558), Mezquita de Süleymaniye, Estambul

El arte funerario es cualquier obra de arte que forma parte o está ubicada en un depósito de restos de muertos. Un término general para tal depósito es tumba, mientras que el ajuar funerario lo forman objetos —distintos a los restos humanos— que se han colocado en su interior.[1]​ Entre tales objetos se pueden incluir las pertenencias de los muertos, objetos creados especialmente para el entierro, o versiones en miniatura de objetos que se creían necesarios en el más allá.

El conocimiento de muchas culturas sin escritura se ha basado en gran medida de estas fuentes. El arte funerario puede tener muchas funciones culturales. Así, puede desempeñar un papel en los ritos de enterramiento, servir como un objeto para ser usado por el muerto en el más allá y para celebrar la vida y los logros del muerto, ya sea como parte de prácticas de culto a los ancestros centradas en el parentesco o como una exhibición dinástica expuesta al público. También puede funcionar como un recordatorio de la mortalidad de la humanidad, como una expresión de valores y papeles culturales y ayudar a que los espíritus de los muertos sean propicios, mantener su benevolencia y prevenir la intrusión no deseada en los asuntos de los vivos.

El depósito de objetos con una intención estética aparente puede remontarse al hombre de Neandertal hace 50.000 años[2]​ y se encuentra en casi todas las culturas posteriores: la cultura hindú es una excepción notable.[3]​ Muchas de las creaciones artísticas más conocidas de culturas pasadas —desde las Pirámides de Egipto y el tesoro de Tutankamón a los Guerreros de terracota que rodean la tumba del emperador Qin, el Mausoleo de Halicarnaso, el Sutton Hoo y el Taj Mahal— son tumbas u objetos hallados en el interior o alrededor de ellas. En la mayoría de los casos, se produjo arte funerario especializado para la élite política y económica, aunque los entierros de personas ordinarias podían incluir monumentos y ajuares funerarios sencillos, usualmente de sus posesiones.

Un factor importante en el desarrollo de las tradiciones de arte funerario es la distinción entre lo que estaba destinado a ser visible para los visitantes o para el público tras la finalización de las ceremonias funerariasy lo que no.[4]​ El tesoro de Tutankamón, por ejemplo, si bien era excepcionalmente abundante, no tenía como intención ser visto por humanos tras haber sido depositado, mientras que el exterior de las pirámides fueron una demostración permanente y muy efectiva del poder de sus creadores. Una división similar puede verse en las tumbas del Lejano Oriente. En otras culturas, casi todo el arte relacionado con el enterramiento, con excepción de limitados ajuares funerarios, tenía como intención permanecer visible al público o, por lo menos, a aquellos admitidos como custodios. En estas culturas florecieron tradiciones tales como los sarcófagos esculpidos y las tumbas monumentales de los griegos y romanos y, más tarde, en el mundo cristiano. El mausoleo, destinado a ser visitado, fue el tipo de tumba más frecuente en el mundo clásico y, más tarde, fue común en la cultura islámica.

  1. Hammond (1999, pp. 58–59) define los restos humanos de esqueletos desmembrados envueltos en bolsas y depositados en una Fosa común del Pre-clásico mesoamericano (junto con una serie de restos primeros) en Cuello, Belice, como "ajuares funerarios humanos".
  2. Dependiendo de la interpretación de sitios como Shanidar en Irak. Bogucki (1999, pp. 64–66) resume el debate. Gargett (1999, p. 29) toma una posición contraria, pero acepta que muchos o la mayoría de los estudiosos no opinen igual. Véase también Pettitt (2002).
  3. "La eliminación [hindú] de sus muertos por medio de la cremación y una creencia en la reencarnación tiende a obviar un interés inherente en los marcadores permanentes" (Groseclose (1995), p. 23).
  4. Véase por ejemplo el capítulo "Tombs for the Living and the Dead". En: Insoll (1999), pp. 176–187.

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