La dignidad de cardenal,[1] eclesiástico de alto rango de la Iglesia católica, es el título honorífico más alto que puede conceder el papa. Quienes lo reciben se convierten en miembros del Colegio Cardenalicio y son «creados» en una ceremonia especial llamada consistorio público.
La principal misión del Colegio Cardenalicio es elegir al sumo pontífice en caso de fallecimiento o renuncia del anterior. En circunstancias habituales, el deber fundamental del Colegio Cardenalicio es aconsejar al papa. Muchos cardenales gobiernan diócesis o archidiócesis importantes, presiden los organismos de la Curia Romana y participan activamente en la administración de la Santa Sede.
Dado que en sus orígenes los cardenales eran clérigos al servicio de la diócesis de Roma, es costumbre que a cada cardenal designado por el papa se le asigne un titulus, que puede ser: bien un obispado sufragáneo (llamado suburbicario —etimológicamente, «inferior en la ciudad»), o un título presbiterial o la diaconía de un templo de la archidiócesis de Roma.
El vocablo «cardenal» deriva del latín cardo o bisagra, lo cual sugiere el papel de fulcro (punto de apoyo, gozne) que desempeñan: ellos son las «bisagras» alrededor de las cuales gira todo el edificio de la Iglesia, en torno al papa como máximo dirigente.