En la física del estado sólido y en la química, un cristal puede definirse de dos formas que resultan equivalentes, de acuerdo a la Unión Internacional de Cristalografía. Por un lado, la primera definición se enfoca en el espacio directo (nuestro espacio físico) y establece que un sólido puede considerarse cristalino si sus átomos, moléculas, o iones presentan ordenamiento de largo alcance. La segunda definición se enfoca en el espacio recíproco (espacio donde se produce la difracción), e indica que un sólido es cristalino si su patrón de difracción es no difuso y bien definido.[1]
Inicialmente el nombre provenía de "kryos" que significa frío, aludiendo a la formación del hielo a partir del agua. Posteriormente el nombre cambió de connotación al referirse más bien a la transparencia, por lo que los griegos dieron el nombre "krystallos" al cuarzo, creyendo inicialmente que se trataba de una variedad de hielo que no se licuaba a temperatura ambiente.[2]
Aunque en ciertos lugares, especialmente España, el vidrio se suele confundir con un tipo de cristal, en realidad no presenta el ordenamiento de largo alcance necesario para ser considerado como tal. El vidrio, a diferencia de un cristal, presenta ordenamiento sólo de corto alcance, por lo cual se lo considera no cristalino.[3]
Los cristales se distinguen de los sólidos amorfos no solo por su geometría regular, sino también por la anisotropía de sus propiedades, que no son las mismas en todas las direcciones, y por la existencia de elementos de simetría.
Los cristales periódicos están formados por entidades (átomos, moléculas, iones, o grupos de ellos) dispuestas de forma regular siguiendo un esquema determinado (Celda unidad) que se reproduce por traslación en todo el cristal y que crea una red tridimensional.
Del estudio de la estructura, composición, formación y propiedades de los cristales se ocupa la cristalografía.